martes, 12 de noviembre de 2013

Teodora

En el siglo VI d.C. en alguna parte de la costa asiática de Turquía nació Teodora (hija de Acacio). Como miles de hombres y mujeres en permanente lucha contra la miseria y el hombre, ella, su padre y dos dos hermanas, dejaron su aldea natal y se marcharon hacia la capital del Imperio Bizantino (Constantinopla).

El centro vital  de la capital era el Hipódromo, donde combatían gladiadores, competían cuadrigas y se exhibían animales exóticos,  y a él acudió en busca de trabajo el humilde Acacio. lo consiguió como ayudante de cuidador de osos de la Verdes, una de las dos facciones , en las que se dividían los aficionados al circo.
familia de Teodora.                                  
El padre de Teodora  era un excelente trabajador, que realizaba sus tareas a total satisfacción de sus jefes y de los osos, por lo que pronto fue ascendido a cuidador titular, gracias a lo cual la familia empezó a salir de su miserable situación. Desgraciadamente, las  alegrías de los pobres suelen durar poco. Acacio murió y su viuda, nuevamente casada, no consiguió que se otorgara a su segundo marido el puesto del primero, a pesar de que así lo exigía la costumbre y la tradición.

Ante la certeza de volver a caer en su antigua y penosa situación, la dolorida madre reunió a sus tres hijas, adornó sus cabezas con guirnaldas y flores en las manos para que se las identificaran como "suplicantes", irrumpió con ellas en la pista central del Hipódromo, entre do carreras, y contó sus desgracias, pidiendo a gritos ayuda a los jefes de los Verdes facción para la que trabajó su difunto y primer marido Acacio. Curiosamente, no lo obtuvo de aquellos pero sí de los Azules (que la ayudaron para poner en ridículo a sus rivales), convirtiéndose el padrastro de Teodora en cuidador de osos de la facción  que representaba los intereses del emperador, de la nobleza y el clero.

Junto con sus hermanas, la niña Teodora deambulaba por los siniestros subterráneos del Hipódromo, conociendo y sufriendo desde su primera infancia las más bajas pasiones humanas,
Para que las niñas muy pobres pudieran mejorar su situación,  no habían más caminos que el teatro o la prostitución que, sea dicho de paso, en la Constantinopla de aquella época, estaban íntimamente ligada

Cuando la mayor de las tres, Comito, llegó a la pubertad, su madre la introdujo en el teatro. Junto a ella, el público se acostumbró a ver a una niña de unos diez años que arrastraba el taburete en el que se sentaba la artista durante sus representaciones. era Teodora, que  dan tan humilde  manera empezaba a costumbrarse a pisar los escenarios.
Pronto, ella misma empezó a actuar, sin haber alcanzado aún la pubertad. No tocaba la flauta ni el arpa, tenía un figura esmirriada y decía mal sus textos, pero enseguida gustó. ¿Porque? sencillamente porque Teodora tenía el don de excitar a los hombres.
Contaba chistes obscenos, se contorsionaba lúbricamente y, lo más importante, se presentaba en el escenario cubierta tan solo con una taparrabos. Debía causar sensación,  no hay duda, para que el público se olvidase de su paupérrima actuación como actriz.

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